EL CHULLACHAQUI:DIOS ECOLOGICO
EL CHULLACHAQUI, es sin duda uno de los seres mitológicos
más conocidos, nombrados y temidos en la cultura amazónica, junto al Tunche, el
Yacuruna, la Lamparilla quienes deambulan entre la sombra del monte y el acecho
constante. Su nombre proviene de los vocablos quechua selváticos:
chulla=desigual y chaqui=pie.
Por el río
Nanay, en Loreto, vivía un shiringuero que trabajaba de sol a sol pero los
árboles de cauchoagotados, casi no le daban leche. Una mañana, mientras
trabajaba, vio a un hombrecito barrigón con un pie más pequeño que el otro. De
inmediato se dio cuenta que era el Chullachaqui, dueño de animales y amigo de
los árboles. Tan desesperado estaba por su mala suerte el shiringuero que no
tuvo miedo. “Si me quiere matar, que me mate”, pensó.
Sin embargo,
el chullachaqui se acercó amigablemente y le dijo: “¿Cómo te va hoy hombre?”
“No muy
bien”, contestó el shiringuero. “Tengo muchas deudas, especialmente con el
dueño del shiringal. Mi familia pasa hambre, yo trabajo de sol a sol, pero lo
que gano, no me alcanza para vivir, ya no sé qué hacer, creo que uno de estos
días moriré”.
El
chullachaqui lo miró sonriente y dijo: “si quieres tener más suerte con los
árboles de caucho, te voy a ayudar”. “Sí, por favor, ayúdeme”, rogó el hombre.
El Chullachaqui le dijo que primero debía hacerle un favor y después pasar una
prueba. Lo que quieras, dijo el shiringuero tratando de aferrarse a alguna
esperanza. El dueño del bosque le dijo: “Dame uno de tus tabacos y después de
que lo haya fumado y me duerma, me dejas dormir un rato y después me das
patadas y puños hasta que me despierte”.
El hombre
aceptó. El otro se quedó dormido y después de un rato, recibió los golpes
acordados. Al despertarse, el Chullachaqui le agradeció y dijo: “Bueno hombre,
ahora pongámonos a pelear. Si me tumbas tres veces, haré que los árboles de
shiringa te den más caucho para pagar tus deudas. Pero si ocurre que logro
tumbarte, te morirás cuando llegues a casa.
El hombre
pensó: “este es un chiquitín que ni siquiera puede andar bien con ese pie tan
pequeñito; si le gano, podré pagar mis deudas”. Pero cuando comenzaron a pelear
resultó que el chiquitín tenía una gran fuerza y parecía que iba a derrotar al
shiringuero que estaba a punto de desfallecer. Entonces el shiringuero recordó
las viejas leyendas que decían que para vencer a un chullachaqui hay que
pisarle en el pie más pequeño de donde brota toda su fuerza. Así lo hizo y
logró derribar tres veces al chiquitín.
Reconociendo
su derrota, le dijo: “ahora los árboles te van a dar más caucho del que nunca
has visto. Pero no vayas a ser tan avariento y sacarle tanta leche a los
troncos que les hagas llorar. Y si cuentas a alguien, te morirás de inmediato”,
le advirtió. Luego le enseñó los árboles que rendian más.
El
shiringuero consiguió la leche de los árboles, y se dio cuenta que el
Chuchallaqui era un buen dueño del bosque. Lo veía en el shiringal curando a
los animales o trenzando bejucos en los árboles, cuidando los nidos de las aves
para que no caigan y, de cuando en cuando, golpeando las aletas de la lupuna
para pedir lluvia. Era un ritmo que daba ganas de bailar.
Trabajando
fuerte, el hombre pagó las deudas al dueño de los shiringales, un patrón que
vivía en la ciudad. Y compró ropa y zapatos para sus hijos y su mujer: “ya no
anden por ahí haciéndose heridas”, decía.
Pero el dueño
de los shiringales, un hombre malo (quien había esclavizado y matado a muchos
indígenas), se enteró de la buena suerte del trabajador. Madrugó y atisbó al
shiringuero para ver cuáles eran los árboles mejores, y después vino, no con
tichelas, los recipientes pequeños usados por los shiringueros, sino con baldes
grandes para llenarlos. Terminó haciéndoles tales cortes a los árboles que los
últimos recipientes no contenían leche sino agua.
El
shiringuero extraía sólo lo necesario, pero el patrón quería más. Un día cuando
estaban discutiendo, apareció el chullachaqui y les dijo: “aquí se acabó la
bonanza, sabía que algún día esto iba a suceder”, dijo. Y mirando el
shiringuero le indicó: “a ti te perdono porque hiciste lo que te dije, pero si
no has ahorrado tu dinero, otra vez vivirás en la pobreza, vete y no vuelvas
más”.
Mirando al
patrón le dijo: ¿no te diste cuenta que los últimos baldes que sacabas no
tenían leche del caucho sino lágrimas de los árboles? Vete, pero vas a pagar
esas lágrimas”.
Esa tarde el
patrón del shiringal se puso muy enfermo con dolores de cabeza y fiebres. Lo
bajarlo en canoa hasta la ciuidad, pero ningún médico le pudo decir cuál era su
dolencia. Los sabedores tampoco pudieron curarlo y murió.
El
shiringuero, un tal Flores, que todavía vive, dejó los shiringales y se fue
lejos, a un pueblito, donde levantó una hermosa casa y puso un comercio.
Felizmente sí había
ahorrado
EL CHULLACHAQUI by Juan Carlos Lòpez Arroyo on Scribd
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